Resulta casi imposible dormir cada noche pensando en qué hay ahí fuera; viendo que las cosas no dan más de sí.
Soldados que entregan su vida a cambio de un país que solo provoca guerras por conseguir el simbolo más importante y capaz de mover al mundo entero: el dinero. Mujeres y niños que lloran la ausencia de éstos por no tenerlos cerca y por sentirse desprotegidos.
Gente que no tiene techo donde vivir, ni qué llevarse a la boca. Ahí están, en esquinas, mirándonos con ojos bien grandes mientras al pasar cerramos los ojos o miramos hacia otro lado.
Y cada vez que rechacé un plato, no pensé en ellos ni en los miles de niños que pasan hambre día a día. Cada vez que lloro me olvido de mujeres que perdieron a sus hijos en alguna que otra tragedia. Cada vez que me compro un jersei o unas zapatillas no pienso en que el precio debería remontarse a su trabajo y no a su marca. Cada vez que voy al cine o a un concierto, me olvido de quienes no pisaron ninguno de esos dos sitios jamás. Pero un día, como hoy, y aunque me de verguenza reconocer que sea solo en "algunas" ocasiones, vuelvo a ellos. Una y otra vez durante todo el día. Y pienso que ya no vale cerrar los ojos y seguir caminando. Hay que detenerse.
Que siempre tras la lluvia, sale el sol; tras el dolor, vienen tiempos mejores; tras ruegos y esperanzas, vienen las oportunidades de ver un nuevo mundo, un mundo mejor.